2.5.15

La Dama de las Camelias, Alexandre Dumas

Compadecemos al ciego que nunca ha visto la luz del día, al sordo que nunca ha oído los acordes de la naturaleza, al mudo que nunca ha podido expresar la voz de su alma, y, so pretexto de un falso pudor, no queremos compadecer esa ceguera del corazón, esa sordera del alma, esa mudez de la conciencia, que enloquecen a la desgraciada afligida y sin  querer la hacen incapaz de ver el bien, de oír al Señor y de hablar la lengua pura del amor y de la fe.
Cuánta razón.

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