2.8.11

El Torrente y el Río, 17ª fábula de Samaniego

17ª fábula de Samaniego
Despeñado un Torrente
de un encumbrado cerro,
caía en una peña
y a tronaba el recinto con su estruendo.

Seguido de ladrones
un triste pasajero,
despreciando el ruido,
atravesó el raudal sin desaliento.

Que es común en los hombres
poseídos del miedo,
para salvar la vida,
exponerla tal vez a mayor riesgo.

Llegaron los bandidos,
practicaron lo mismo
que antes el caminante,
y fueron en su alcance y seguimiento.

Encontró el miserable
de allí a muy poco trecho
un Río caudaloso
que corría apacible y en silencio.

Con tan buenas señales
y el póspero suceso
del raudal bullicioso,
determinó vadearlo sin recelo.

Mas apenas dio un paso,
pagó su desacuerdo
quedando sepultado
en las aleves aguas sin remedio.

Temamos los peligros
de designios secretos;
que el ruidoso aparato,
si no se desvanece, anuncia el riesgo.

Pongámoslos con mayúscula, que hay personas que con su forma de ser, se parecen a ellos.

1.8.11

Los Navegantes, 13ª fábula de Samaniego

Lloraban unos tristes pasajeros
viendo su pobre nave, combatida
de recias olas y de vientos fieros,
ya casi sumergida,
cuando súbitamente
el viento calma, el cielo se serena,
y la afligida gente
convierte en risa la pasada pena.
Mas el piloto estuvo muy sereno
tanto en la tempestad como en bonanza.

Pues sabe que lo malo y que lo bueno
está sujeto a súbita mudanza

18.2.11

Capítulo 23, La insoportable levedad del ser, Milan Kundera

Las cuatro miradas.
Todos necesitamos que alguien nos mire. Sería posible dividirnos en cuatro categorías, según el tipo de mirada bajo la cual queremos vivir.
La primera categoría anhela la mirada de una cantidad infinita de ojos anónimos, o dicho de otro modo, la mirada del público. Ese es el caso del cantante alemán, de la actriz norteamericana y también del redactor con largas barbas.

La segunda categoría la forman los que necesitan para vivir la mirada de muchos ojos conocidos. Estos son los incansables organizadores de cócteles y cenas. Son más felices que las personas de la primera categoría quienes, cuando pierden a su público, tienen la sensación de que en el salón de su vida se ha apagado la luz. A casi todos ellos les sucede esto alguna vez. En cambio, las personas de la segunda categoría siempre consiguen alguna de esas miradas. Entre éstos están Marie-Claude y su hija.

Luego está la tercera categoría, los que necesitan de la mirada de la persona amada. Su situación es igual de peligrosa que la de los de la primera categoría. Alguna vez se cerrarán los ojos de la persona amada y en el salón se hará la oscuridad. Pertenecen a este grupo Teresa y Tomás.

Y hay también una cuarta categoría, la más preciada, la de quienes viven bajo la mirada imaginaria del personas ausentes. Son los soñadores. Por ejemplo Franz. El único motivo de su viaje hasta la frontera de Camboya fue Sabina. El autobús traquetea por la carretera tailandesa y él siente que su larga mirada se fija en él.
A la misma categoría pertenece también el hijo de Tomás. Lo llamaré Simón. (Se alegrará de tener un nombre bíblico como su padre). Los ojos que anhela son los de Tomás. [...] Aquello lo impulsó a escribirle una carta. No pedía respuesta. Lo único que quería era que Tomás dirigiera su mirada hacia su vida.


La primera y el centro de atención ajeno a ti.
La segunda y el centro de atención junto a ti.
A casi todos se nos apaga alguna vez la luz.
La tercera y el amor.
La cuarta y el padre y los amores extranjeros.

Ella y la segunda y la tercera y la cuarta.