20.11.13

El lector de Julio Verne, Almudena Grandes

El 17 de julio, madrugó la batalla.

[...]

No se puede vivir así, pero así vivíamos, y los paréntesis de tranquilidad, los meses sin redadas, sin detenciones, sin entierros, no tenían más sentido que la espera, los minutos, los días, las semanas que faltaban para que todo empezara otra vez, para que regresaran los camiones, y las patrullas, y la ruleta rusa de las visitas inesperadas, unos nudillos tocando de noche en la puerta de al lado, quizás en la propia, y nos llevamos a su marido a declarar, señora, pero no se preocupe que se lo devolvemos enseguida, y ya te puedes ir, pero echa por ahí delante, que te veamos bien, y los tiros de madrugada, porque su marido intentó escapar, señora, salió corriendo y no nos dejó otra salida que disparar sobre él, siempre las mismas palabra, los mismos verbos, los mismos adjetivos, la repugnante sintaxis burocrática del terror, el comedido vocabulario de los falsos pésames, la cortesía templada de los asesinos y las ropas teñidas de oscuro que retornarían sin falta a los balcones antes o después, mientras durara aquella guerra que nunca se iba a acabar porque nadie pensaba todavía en rendirse, por más que don Eusebio se empeñara en contar en voz alta los años de paz en algunas fechas señaladas.


Engancha-ojos de verano, otra etapa, y paro.